viernes, 16 de diciembre de 2011

Antonio Ramos, un maestro.


Cuando Granada aún no era Cristiana, y Colón no había descubierto el Nuevo Mundo, desde la Real Parroquia de Omnium Sactorum, un grupo de fieles devotos, monjes y sacerdotes realizaban un piadoso Vía Crucis al Hospital de las Cinco Llagas, a extramuros de la Ciudad, en las huertas Macarenas.
                El devenir de los años institucionalizó el culto, saliendo desde la Casa-Palacio de Pilatos hasta el Humilladero de la Cruz del Campo, siguiendo exactamente los pasos que Cristo dio camino del Calvario, y teniendo la estación de la Primera caída en la ventana de tu Señor llorante, aquel mismo Señor al que los viajeros le rogaban Salud y Buen Viaje. Ese mismo Señor al que tú, seguramente te encomendarás para emprender el viaje que comienzas, y tendrás que pedirle la venia para esta nueva etapa en tu vida.
                El culto se incrementó, haciendo de Sevilla, sus calles, parques, jardines, fuentes y columnas un templo sacramental para el “capillita”, pasando de la mera contemplación de lo Divino, a la realización de un Divino Milagro en cada revira, llamada, calle estrecha o esquina.
                Querido Antonio, cuando allá por 1572, los Mulatos de Sevilla fundaron la Hermandad y Cofradía de la Presentación de Nuestra Señora, Santo Ecce homo y Santísimo Cristo del Calvario, no imaginaron que dicha hermandad contaría entre su nómina de Hermanos con una persona tan culta, tan estudiosa de nuestra historia, tan amante de nuestras creencias y tradiciones, y sobre todo, con tan buen corazón, tan amable y tan “güena” gente como lo eres tú.
                Los años se romperán en el tiempo, como lo viene haciendo desde hace tantos siglos, a través de nuestra Fe, nuestras creencias y nuestras tradiciones, y pasarán generaciones enteras, donde depositaremos nuestra semilla de sevillanía, para perpetuar en ellos los sentimientos imposibles de plasmar en los textos.
                Eres profesor, y aunque la edad te jubile, nada ni nadie te podrá arrebatar nunca todo el esfuerzo, amor y sabiduría que dejaste en la enseñanza de cada alumno. Pero recuerda que además de profesor, eres sobre todo Maestro, y que de esta labor, no te jubila nadie, pues te queda por delante la tarea y misión que comenzaron nuestras antepasados hace más de cinco siglos.
                Una misión en la que tendrás que explicar el cómo un Cristo, que es el consuelo de los Desamparados, y reflejo de nuestra Fe, llora por la humillación que día tras día es sometido a través de nuestros hermanos necesitados. Debes seguir enseñando que en Sevilla, los ingenieros y sus estudios matemáticos no siempre son exactos, sino, ¿cómo explicaría matemáticamente Newton que un paso de palio, cuyas dimensiones sean superiores al de una puerta, salga y entre por ella, si además esta es de tipo ojival?... un ingeniero supondría que el paso es redondo…
                Seguirás explicando que entre dos Esperanzas, el consuelo de un Cristo dormido es la dulce expresión de la Virgen de la Presentación.
                Debes seguir siendo evangelio vivo sevillano, y enseñar, al igual que hago yo con mi hija y haré con mi hijo, que los Candeleros son diferentes de los Marías, y que estos no tienen nada que ver con los Pitufos y menos todavía con los medianos de la segunda tanda de una candelería. Que los nazarenos más elegantes de Sevilla son los de la Carretería. Que para poder contemplar a mi Señor de Las Penas cada Lunes Santo, hay que posicionarse en el lado derecho de la cofradía, ya que de otro modo, tu mirada no se cruzaría con su dulce mirada  en tan portentoso rostro. Que por mucho que quieras, el amor por tu Cristo y el cumplimiento de las reglas, te impiden ver de frente la sonrisa de la Macarena, pero que  te queda la belleza de contemplar en el rostro de los que la acaban de ver, la Pena por su ausencia y la dicha por su Esperanza derramada.
                Eres Maestro de Sevilla, Antonio, nunca lo olvides, pues ese es un título que ni tan siquiera el de pregonero lo puede igualar.
                Gracias por enseñarme tanto, por ser tan buen contertulio y sobre todo por haberme demostrado a mí y a mi familia tu amor por el prójimo y tu amistad.
                Y no digas en tu vida “he dicho”, eso es para el final de los pregones, tú debes seguir con “estáis puesto, que voy a llamar, vámonos con Ella al Cielo”, y que Campanilleros vuelva a sonar  de nuevo por la Cuesta del Rosario.

1 comentario:

  1. Muchímisimas gracias. No es pa tanto, hermosas palabras y hermosos sentimientos. Me he encantado.
    Un abrazo
    Antonio Ramos

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